El autor muestra, en un primer momento, cuán engañoso es el cuadro que los psicoanalistas y los historiadores iconoclastas han querido exponer sobre ese episodio.
Este hecho fue un verdadero atropello para los historiadores y arquitectos que ya por esa época sentían sensibilidad por la conservación de los edificios históricos.
Pero no somos iconoclastas, no quemamos, no prohibimos, no destruimos ni perseguimos a escritores, artistas, militantes, historiadores o políticos por pensar distinto.